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Mujer Coyote
Y los coyotes invadieron la ciudad, y recuperaron el espacio que les pertenecía, reclamaron de manera descarada, ante la vista de los incrédulos humanos, que ese es su espacio y que no se van a ir.
Durante la noche atormentaron con sus aullidos de libertad a los humanos recluidos en sus cajitas de confort, recordando los instintos salvajes que yacen dormidos en esas pobres almas domesticadas. Cada luna llena, cada luna nueva, un aullido tras otro. Los privilegiados animales domésticos se estremecen de miedo, de emoción, mientras los humanos sueñan sueños de tristeza, anhelo y añoranza. Pues todos ellos saben que ese es el territorio de los coyotes, que usurparon, para su comodidad.
Y los coyotes se resisten a desaparecer, vuelven a recuperar la memoria de una especie domesticada, que anhela con la libertad que los imaginarios del capitalismo les hizo perder. Cambiando el caminar por los montes, y nadar en los ríos, por una cuenta bancaria, un carro y una cuenta en Netflix desde donde ven documentales del mundo salvaje.
Su aullido, a veces romántico, otras veces crépito, incesante, macabro, oscuro, melancólico, pero siempre poderoso. Un coro de la naturaleza que se niega a morir, que nos llama a sentirnos vivos y a abrir los ojos a la destrucción y sufrimiento que estamos causando. Porque en el fondo todos sabemos que los humanos estamos destinados a sufrir el mismo destino que esos cuadrúpedos, y cada noche es un recordatorio de nuestra gloria y nuestro fin.